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martes, 13 de abril de 2010

Sobre Cristos, Vírgenes y Francos


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"El nacimiento de una nación de Griffith es una de las películas más importantes de la historia del cine por su abundancia en contribuciones nuevas. Por otro lado es una película racista, por lo tanto no merece en absoluto ser exhibida en su forma presente. Pero su prohibición total podría verse como lamentable desde el punto de vista del dominio, secundario pero potencialmente más valioso, del cine."
De sobra conocidos son los ejemplos del típico dilema entre valores artísticos y morales. El devenir histórico hace que los valores implícitos en las creaciones artísticas nos resulten desde nuestra mirado contemporánea llamativos, discutibles, o en el peor de los casos, deleznables.
No es un tema ni defasado ni resuelto. Véase el caso del Cristo de Monteagudo, el Valle de los Caidos o las estatuas de Franco.
"Sería mejor tergiversarla como una totalidad, sin alterar necesariamente el montaje, añadiéndole una banda sonora que haga una denuncia poderosa de los horrores de la guerra imperialista y de las actividades del Ku Klux Klan, que continúan vigentes en los Estados Unidos."
El debate se enciende al cuestionarnos qué hacemos con estas obras. Nadie discute la relevancia histórica, religiosa o estética de tales obras, más bien se discute su permanencia en el espacio público. O en el caso de películas, libros o música, si es conveniente su distribución.
La solución común es la siempre infantil e inefectiva censura. En cambio, la propuesta situacionista es ni más ni menos que un "reciclaje cultural", una actualización de la obra que permita un lectura crítica, una veces irónica, otras pedagógica, pero en cualquier caso una interpretación que trascienda la lectura de las intenciones ideológicas originales. Esta propuesta se basa precisamente en que las obras, en cuanto a símbolos, no tienen un significado sujeto, podemos re-significarlas.
Una labor nada sencilla. Aquí algunas cuestiones: Esa actualización ¿pasa por una re-politización o des-politización? Es decir ¿se trata entonces de neutralizar sus valores contrarios a una sociedad democrática (y por tanto con una función crítica) o reactivar la obra (destacando precisamente la ideología que pasa desapercibida en el día a día)? Y en cuanto a los actores de esta renovación ¿deben ser los ciudadanos o los gobiernos?

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